Como
toda kasbah, tiene la de Marrakech más estrecheces que anchas calles
y así es como se accede a este recinto. De
él algo podemos intuir si vemos este detalle sobre una puerta.
Fueron
descubiertas hace un siglo, como por casualidad, anejas a una
mezquita. Tal es su belleza que se separaron del lugar de culto para abrirlas al público.
Es un recinto ajardinado más o menos rectangular con diferentes construcciones que ocupan la superficie de manera poco regular, rompiendo la vista hasta el final de forma que se crean bonitos rincones, a veces simplemente de tránsito de un edificio a otro, sin ornamentos, pero con su propio encanto.
También hay puertas ciegas que nos hablan de su pasado, de su conexión con otras estancias.
Salpican estos jardines, además de zonas de césped, otras plantas de diferente porte y, por supuesto, las omnipresentes palmeras.
Si
miramos detrás de los arbustos descubrimos columnas, paredes,
arcos...
Pero
hay que acercarse para disfrutar de...
Pero
dije que son las Tumbas Saadíes y por ahora no hay ni rastro.
Sí, como era de esperar, las encontramos en el jardín...
Aquí vemos una en primer término y a la izquierda, la esquina de otra de un tamaño parecido y otra más pequeña.
La decoración y la altura de la prominencia central dan idea de la importancia del ocupante.
Pero hay más, muchas más...
En el
exterior:
Y en interiores, aquí con rica decoración en suelo, paredes y techo:
No
voy a teorizar sobre arte, simplemente,
disfrutemos las vistas.
Pero ¡no me digáis que no es una maravilla!
Se
trata de la sala de las doce columnas, la principal de tres (las
otras dos se encuentran a ambos lados de ella).
Tiene
la más rica ornamentación y son las tumbas de mayor altura, por lo
que fácilmente podemos suponer que están ocupadas por “el señor”
del lugar y sus más allegados.
Pero
no te quedes con las ganas: pica en cada foto para ampliarla.
Y recuerda: por encima de todo, siempre, las palmeras.